Esta nueva herramienta busca dar respuesta a cómo se presenta este año, con un primer trimestre que demuestra que es necesaria una resiliencia financiera.
El concepto de resiliencia financiera mutó, en relación con el escenario que se presenta. En 2025, se plantea que no se trata solamente de resistir las crisis, sino de fortalecerse con ellas. Este paradigma popularizó el concepto de “antifragilidad” propuesto por el ensayista Nassim Nicholas Taleb.
Y se aplica en la arquitectura de los mercados financieros, la planificación patrimonial y la gestión de riesgos institucionales. La antifragilidad, a diferencia de la robustez, no solo soporta el estrés sistémico, sino que se busca un beneficio en él.
El cambio de la mano de prioridades estructurales
La pandemia, disrupciones geopolíticas, shocks inflacionarios, quiebras bancarias, ciclos tecnológicos acelerados y eventos climáticos llevaron a tener una gran necesidad de repensar los modelos clásicos de asignación de activos y estructuras de financiamiento.
La fragilidad que presenta este escenario atravesado por diversos eventos da lugar a una demanda creciente por soluciones que cuenten con adaptabilidad, modularidad y redundancia como ejes estratégicos.
Las instituciones financieras mundiales, desde bancos centrales hasta fondos soberanos, comenzaron a incorporar marcos de evaluación que priorizan la resiliencia estructural por sobre el rendimiento inmediato.
Según un informe reciente del Institute of International Finance (IIF), más del 60% de los gestores de activos encuestados decidieron reestructurar sus portafolios en 2024 para incorporar herramientas que responden a la volatilidad, como activos descorrelacionados, posiciones en oro, infraestructura crítica y estrategias de cobertura que tienen dinamismo.
En cuanto al sector corporativo, la antifragilidad se empieza a consolidar como un beneficio extra respecto a la competitiva tangible. Empresas que diseñan sus cadenas de suministro, estructuras de deuda y procesos de gobernanza con criterios antifrágiles muestran mayor capacidad de adaptación, acceso preferencial a capital y mejores evaluaciones crediticias.
Además, las finanzas estructuradas están incorporando cláusulas de amortiguamiento automático, pactos contingentes y mecanismos de ajuste vinculados a indicadores exógenos.
El crecimiento de bonos vinculados a sostenibilidad (SLB), con cupones variables atados al cumplimiento de metas ESG, son ejemplos de cómo las herramientas se rediseñan para absorber incertidumbre y generar valor en contextos adversos.
En 2025, la noción de riesgo es resignificada, debido a que ya no se trata solo de evitar pérdidas, sino de diseñar estructuras que aprovechen los picos de volatilidad para capturar oportunidades.
Esta reconfiguración del minimizar del riesgo implica adoptar una visión más holística, que tenga en cuenta no solo métricas financieras tradicionales, sino también variables como impacto climático, estabilidad institucional y resiliencia social.

El auge de modelos de inversión con enfoque de “resiliencia inclusiva” también comenzó a impactar en los mercados emergentes. Programas de financiamiento híbrido, combinan capital concesional con inversión privada para fortalecer infraestructuras críticas, mejorar la seguridad alimentaria y garantizar el acceso a energía en contextos vulnerables.
El especialista financiero Fernando Boudourian indica que es fundamental análisis de tendencias económicas para la toma de decisiones estratégicas.
Lo cierto es que el crecimiento de las estructuras antifrágiles también plantea una reconfiguración del rol de las instituciones multilaterales, los marcos regulatorios y la cooperación internacional.
En este sentido, este 2025 se posiciona como un punto de inflexión en la manera en que el mundo financiero entiende y enfrenta la incertidumbre.