La agricultura se había desarrollado pues en estricta dependencia de la ganadería, sujeta a sus intereses y limitada a sus necesidades. La exigencia de mejores pastos condujo originariamente a los ganaderos de Buenos Aires al cultivo de sus campos y de este propósito deriva la idiosincrasia de la agricultura; sus formas extensivas concuerdan, en efecto, con el empeño en lograr por el camino más rápido y directo el cultivo de las mayores superficies. Su finalidad consistía fundamentalmente en difundir los alfalfares y una forma inmediata, directa y económica, consistía en acordar sus campos al agricultor con el compromiso de dejarlos al cabo de su contrato sembrado con la forrajera.
La agricultura constituía el recurso necesario para impulsar el refinamiento de los ganados, para lograr un estado de preparación impuesto por el frigorífico, y este objetivo la orientaba y le dictaba normas; la agricultura, o mejor dicho, los cereales, era una suerte de materia prima utilizable y transformable por el ganado en una nueva mercancía, la carne. Esta vinculación ganadero agrícola, es una forma típica de la zona litoral.
Fuera de ella surgió un tipo especial de cultivo, cuya producción antes de ser destinada al consumo debe ser sometida a una transformación técnica, los denominados cultivos industriales. El crecimiento de ellos constituye una de las formas de desarrollo de la agricultura mercantil y precisamente aquella que acuerda esencial relieve a la transformación de la agricultura en una rama de la industria. El desarrollo de la transformación técnica de los productos del campo, al imponer el progreso técnico de la agricultura, crea entre ésta y la industria una efectiva interdependencia; promueve desde luego, la división de los trabajos productivos que transforman mutuamente sus productos en mercancías. La separación de las industrias extractivas y de transformación convierte a la agricultura en industria; es decir, en una rama de la economía que produce mercancías en cierto grado de elaboración. Este proceso de especialización que tiende a separar unas de otras las diferentes clases de transformación de los productos extendiendo el número de ramas de la industria interactúa a su vez sobre la agricultura, crea zonas agrícolas, genera el cambio de los diversos productos agrícolas entre sí, y de éstos con la industria.
Los cultivos industriales se han desarrollado en el país paralelamente a los cereales y las forrajeras; en efecto en 1900, con 130 mil hectáreas, representaban el 1,8% del total sembrado; en 1929, con más de medio millón de hectáreas, eran aún el 2 %. Su prosperidad se realiza trabajosamente durante el período que va de 1900 a 1930; año a año, en efecto, dichos cultivos, logran un crecimiento cuya regularidad es su característica más firme. Posteriormente a 1930 el aumento del área bajo cultivo se realiza a saltos, logrando triplicarse en sólo un decenio. La era de los cultivos industriales excede pues el marco en que nos hemos propuesto desenvolvernos en este estudio, pero las raíces del acontecimiento, que adquirió perfiles relevantes más allá de 1930, se nutren en hechos ocurridos durante todo el período precedente.
Las zonas creadas para el cultivo de las diversas plantas industriales son, fundamentalmente, la de Mendoza, San Juan y Río Negro; la de Tucumán, Salta y Jujuy y la de Chaco, Corrientes y Misiones. La primera, cultiva con preferencia la viña; a principios de este siglo disponía ya de 43 mil hectáreas cultivadas, superficie que, mediante el desarrollo de la inmigración, la incorporación de la técnica europea y el aumento de población, había logrado en 1914/15 cubrir una extensión de 124 mil hectáreas. Esa superficie se reduce levemente durante el desarrollo de la guerra y retoma su ritmo a partir de 1920 alcanzando en 1929/30 a 140.000 hectáreas.
La producción vinícola a que ella da lugar, era en 1908 de 3 millones de hectolitros; en 1920, supera los 4 millones y en 1929, los 8 millones. Esa cifra, cubierto el consumo interior, deja aún una pequeña cuota no superior a 5.000 hectolitros que logra colocación en los países limítrofes. Su materia prima, enriquecida por una variedad destinada al consumo directo, es objeto de exportación. Hasta poco después de finalizada la primera guerra mundial, la zona vitícola producía exclusivamente para el consumo interior; la superación de la calidad de sus productos la condujo a competir en los mercados exteriores en la proporción de 100.000 kilogramos en 1920, acrecentada hasta 5 millones en 1929; el consumo interior era entonces de 1 millón de toneladas.
La zona noroeste, en la que se hallan emplazados los cultivos de caña de azúcar, produce para el mercado interior; el crecimiento de la superficie sembrada y en consecuencia de la fabricación de azúcar, ha seguido pues el ritmo de crecimiento de la población. En 1899/1900, las plantaciones cubrían 50 mil hectáreas; en 1914/15, ellas eran 133 mil. Se redujeron entre 1915 y 1920, hasta quedar debajo de las 100 mil y retomaron luego su crecimiento normal logrando cubrir en 1929/30, 140 mil hectáreas.

En la zona noreste se hallan los cultivos de oleaginosas, tártago y maní; textiles, como el algodón; tuberosas, como la mandioca; narcóticas, como el tabaco; y seudo alimenticias, como la yerba mate. En el cultivo de las primeras sobresale el maní, que ya tenía en 1900,22 mil hectáreas cultivadas; reducida gradualmente hasta superar apenas diez mil, comienza a partir de ahí a desarrollarse de manera muy amplia a tal punto que al finalizar la guerra existían bajo cultivo cuarenta mil y casi sesenta mil en 1929/30. El desarrollo del tártago ofrece dentro del período a que aludimos, menos alternativas, pero a costa de mantener un reducido nivel no superior nunca a 5.000 hectáreas. Si se agrega no obstante el aporte de la semilla de algodón, incorporada durante la década de los 1920 a la fabricación de aceite, resulta que al final de la misma, la producción de aceites comestibles supera apenas las 25 mil toneladas.
Las superficies destinadas a las plantaciones de algodón en 1900 no eran superiores a 1.500 hectáreas. Esa pequeña superficie venía manteniéndose desde 1890, pero en menor escala ya en 1862 podían localizarse plantaciones de algodón en la zona en que posteriormente constituirá su más incesante actividad. En esta última fecha, con motivo de la guerra civil norteamericana, la “Cotton Supply Association” de Manchester, en previsión de que el resultado de la contienda decidiera una reducción en la importación del producto que se obtenía en el sur de Estados Unidos, había enviado observadores a estudiar las condiciones del Chaco para la plantación del algodón. Normalizada la situación en Estados Unidos y aun cuando triunfaron los industriales de la zona norte, el algodón norteamericano no experimentó mermas capaces de impulsar a los fabricantes de Manchester a crear zonas destinadas a sustituirlas.
El Chaco permaneció pues en condición de reserva sólo alterada hacia 1890 cuando un conjunto de agricultores intentó, sin éxito, crear allí la zona algodonera. Las plantaciones de 1900 prosperaron tan lentamente que a comienzos de la guerra de 1914 eran apenas 2.200 hectáreas y 13.000 al finalizar aquélla. A partir de 1924 la instalación de fuertes grupos capitalistas impulsaron las plantaciones que en 1925/26 superan las 100 mil hectáreas y se mantenían en ellas hasta el estallido de la gran crisis. El posterior desarrollo de las plantaciones y de la consecuente industria algodonera, es sin duda, un acontecimiento que al afectar a numerosos otros rubros que pueden incluirse entre los cultivos industriales, deriva de las condiciones económicas creadas por la crisis y proyectadas sobre hechos que venían desarrollándose a medida que el mercado interior impulsaba a la separación de las industrias agrícolas y agropecuarias, diferenciando en ellas el aspecto extractivo del de transformación.
El aspecto que fundamentalmente diferencia el cultivo de los cereales del de plantas industriales, en el sentido que estas últimas proporcionan productos que antes de ser consumidos deben someterse a un conjunto de labores de transformación, implica la movilización de vastos capitales. La coexistencia y desde luego la proximidad de la zona de cultivo y la usina de transformación constituye su aspecto característico y define la modalidad de las diferentes regiones.
Estas zonas comenzaron a producir para el mercado interior en la misma medida en que su producción era reclamada y los medios de vinculación facilitaban su desplazamiento. Lo con un sistema de transportes apropiado a su difusión; ella no utilizó más que pequeñas extensiones de un sistema ferroviario Y como el objeto ostensible de esta producción era la de concurrir al consumo exterior, ella estuvo orientada hacia los puertos y entre éstos hacia Buenos Aires que aunaba a su condición de ciudad portuaria, su sólido aparato comercial; los productos resultantes de los cultivos industriales carecieron así de posibilidades de desarrollo; cada uno de ellos estaba vinculado a la capital, pero carecía de medios de acercamiento a otros mercados si no lo hacía por intermedio de Buenos Aires. Ocurría así, la extraña e inverosímil circunstancia que, para servir una zona secundaria, aun cuando fuese próxima, debía ir previamente a Buenos Aires y ser luego reexpedida a su destino ulterior.
No se debe descartar de este hecho la incidencia que corresponde a la red ferroviaria, a su idiosincrasia íntima y a su sistema de tarifas. La disposición de aquella hacía que el azúcar de Tucumán fuese difícilmente abordable al consumo de Cuyo por ejemplo, en razón de la falta de vinculación directa: la diferencia de trochas, determinaba por su parte que los productos de Cuyo fuesen difícilmente consumidos por la Mesopotamia o la zona del Chaco; y en cuanto atañe al régimen tarifario, se debe expresar que además de los obstáculos opuestos al tráfico por la imposibilidad práctica de utilizar los empalmes, la mayor parte de sus disposiciones no sólo no estimulaban la vinculación de las diversas zonas entre sí, sino que la impedían tenazmente.
Entre Córdoba y Salta, por ejemplo, el transporte de una bolsa de harina costaba 2,53 pesos, mientras el de Buenos Aires a Salta solo costaba 2,06 pesos, no obstante tratarse de una distancia doble. Independientemente de otras causas, el lento desarrollo experimentado por los cultivos industriales durante los años que transcurren entre medios de transporte han opuesto a su difusión en el mercado posteriormente a aquella fecha, explica también parcialmente el desarrollo logrado después de 1930.

