Pero los cultivos industriales, que requerían ante todo medios de vinculación, no podían prosperar sin la certeza del mercado interior; y éste debía integrarse con una población relativamente numerosa y dotada de una discreta capacidad adquisitiva. Hacia fines de la decena de los 1920, ambas condiciones podrían configurar un mercado adaptable. La población Argentina supera los 10 millones y su enriquecimiento, logrado durante la guerra y el período de rehabilitación, hacía que en los 5 años que transcurrieron a partir de 1925 comprará en el exterior a razón de 190 pesos por habitante. La expansión de los cultivos industriales no podía realizarse sin embargo dentro de las normas que la Argentina aplicaba a su comercio internacional; no podía llegar amparado por el liberalismo a ultranza que propició el de los cereales y el del frigorífico, porque uno y otro respondieron a necesidades del exterior que se habían desarrollado mientras aquellas normas conservaron alguna vitalidad; los cultivos industriales, cuando menos en lo referente a la fracción que absorbería el mercado interior, debería abrirse paso por entre todas las trabas que implicaba su provisión desde el exterior.
Los cereales y el frigorífico, además de haber llevado al tope las posibilidades históricas progresivas del capitalismo en la agricultura Argentina, con su extraordinario desarrollo habían elevado la renta territorial, tanto por hectárea como en su conjunto, a tales dimensiones que el tributo que el país pagaba a los grandes propietarios de la tierra era ya incompatible con la estructura agraria que se había acordado. La solución pudo darse por una enérgica modificación de esa estructura: por una profunda alteración del régimen impositivo; por una audaz reforma en el régimen agrario; por una extensa legislación social.
Las clases gobernantes vacilaron excesivamente en la adopción de estas medidas y dieron tiempo a que la crisis facilitará e impulsará a los sectores del latifundio a emplear recursos que neutralizaran la necesidad de esas medidas. Los cultivos industriales favorecen la inversión en otros sitios que la zona cereal; ellos no resolvían el problema de fondo, no aliviaban la pesada carga que significaba la propiedad privada de la tierra en un número cada vez más reducido de poseedores, pero daba oportunidad de expansión a los nuevos sectores del capitalismo mundial recientemente incorporado a la Argentina.

