Distribución geográfica del vacuno y variación del número de ellos.
En el período que media entre los años 1900 y 1930 la tendencia del stock ganadero fue a aumentar la existencia de vacunos y a reducir la de ovinos; dentro de estas líneas generales ocurren por supuesto variaciones parciales, algunas de relativa importancia numérica. Para definirlas es conveniente incluir, como se hace a continuación, la existencia de vacunos localizados por los censos y recuentos realizados a partir de 1895. Las cifras expresan millones de cabezas:
La zona del vacuno refinado provenía de lo que primitivamente se denominaba la zona litoral, oportunamente ampliada, en cuanto la existencia ganadera y las exigencias que de ella derivan, lograron imponerlo. A partir de 1870 la incorporación del sur de Córdoba a la región integrada por las provincias de la Mesopotamia y las de Santa Fe y Buenos Aires, y de 1880 con la anexión del sur de San Luis y nordeste de la Pampa, la zona económica del vacuno estaba perfectamente definida al realizarse el segundo censo nacional. Influyeron en ello desde luego la ubicación de los frigoríficos y el trazado ferroviario, pero jugaron sin duda su papel preponderante las condiciones del suelo y el conjunto de factores meteorológicos que acuerdan a esa zona caracteres comunes. Ella contenía en la época de los censos mencionados, respectivamente, el 85,7%;85,6;83,1; 89,7 y 82,6 % de la total existencia de bovinos en el país.
Entre los años 1900 y 1914 las industrias agropecuarias cubrieron la etapa de más impetuosa expansión. En realidad, el período de auge o de predominio dentro de la economía argentina de las referidas industrias se cumple entre los años de 1900 y 1930, pero en ellos es fácil advertir la existencia de tres etapas. La primera se desarrolla entre 1900 y 1914 y en ella se realiza como queda expresado el mayor crecimiento; las áreas sembradas aumentan desde poco más de 6 millones de hectáreas hasta alcanzar 22 millones; dentro de ella los cereales y el lino pasan de menos de 5 millones de hs. hasta 14; la alfalfa, que juega un papel tan principal en el desarrollo agropecuario, es impulsada desde algo menos de 1 millón y medio de hs. hasta cubrir 6 y medio; y por último las plantas industriales progresan desde poco más de 130 mil hs. hasta casi 300 mil hs. La segunda etapa se desenvuelve bajo las condiciones impuestas por la guerra de 1914/18.
El área total sembrada se mantiene estacionaria porque si bien los cereales y lino reducen la suya, el progreso de la alfalfa y el leve aumento de las plantas industriales son suficientes para neutralizar a aquella reducción y asegurar a la superficie bajo cultivo su permanencia. La tercera etapa se cumple a partir de la finalización de la guerra y aun cuando posteriormente a 1930 ofrecerá algunos instantes de efectivo renacimiento, la crisis de aquel año cierra el ciclo que venía cumpliéndose bajo el régimen de un conjunto de características definidas.
El desarrollo de las industrias agropecuarias dejará de constituir el objetivo esencial de la economía argentina, cuando menos como expresión de un estilo cuya finalidad consistía en la especialización en producir materias primas y enviarlas al exterior en un estado mínimo de preparación. La posibilidad de disponer de un combustible nacional, la experiencia recogida durante la guerra mundial, en cuyo transcurso el país debió procurarse innumerables artículos de consumo que antes de ella recibía desde el exterior; la diversificación de la agricultura; el comienzo de su mecánica de una considerable masa de inmigración y finalmente la eliminación de la sofocante incidencia exclusiva del ferrocarril, procuraron a esta etapa que se cumple desde que terminó la peculiares. Durante ella las áreas sembradas retomaron su ritmo progresivo llegando al final de la decena de los 1930 a los 26 y medio millones de hectáreas; los cereales y el lino integraban una superficie de aproximadamente 20 millones de hs. y si bien la alfalfa había retrogradado la suya hasta menos de 6 millones, el progreso de las plantas industriales elevaba su extensión cultivada a medio millón de hectáreas.
Dentro de este panorama la existencia ganadera acusa como lo hemos expresado un decidido aumento de vacunos y una reducción igualmente formal de los ovinos. Durante las tres etapas a que hemos hecho alusión los vacunos aumentan 4 millones en la primera; casi 12 millones en la segunda y se reducen en poco más de 4 millones y medio en la tercera. El saldo favorable es no obstante de más de 10 millones de cabezas.
Entre 1895 y 1914, el stock de vacunos había aumentado en poco más de 4 millones de cabezas. Durante los primeros años de esta época, la prohibición del embarque en pie al Reino Unido había retenido en los establecimientos un cierto número de animales; originariamente, los ejemplares destinados al embarque en pie superan decididamente a los que se destinaban a la faena. Luego, entre 1902 y 1905, ocurrió la iniciación de actividades de cinco establecimientos frigoríficos, algunos de tanta importancia como el Swift de La Plata y el Wilson de Avellaneda y con ellos comenzó el auge del vacuno congelado, cuya exportación pasaba de 25 mil toneladas en 1900 a 370 mil en 1914, en circunstancias en que también se realizaba la exportación de enfriado. Ambas circunstancias ejercieron por supuesto, una incidencia notable en la composición y calidad de los rodeos; esta actividad fue realizada de manera tan empeñosa que entre 1895 y 1914 fueron incorporados a las cabañas argentinas 18.000 sementales vacunos por un valor de 4,5 millones de pesos oro.La industria ganadera estaba imbuida del mismo empuje que los desarrollos económicos generales. Aunque la agricultura avanzaba con firmeza, ello no la opacó, sino que, por el contrario, contribuyó a impulsar también el crecimiento de la ganadería.
Durante esa época se produjo en efecto la invasión de los campos del sudoeste de Córdoba, del Sur de San Luis y de la mitad este de la Pampa, pero también y simultáneamente se produjo el crecimiento en densidad del pastaje en los campos de Buenos Aires, de Santa Fe, de Entre Ríos. Toda la zona litoral experimentó la influencia de las nuevas actividades facilitadas por el desarrollo de los ferrocarriles; el aumento en la densidad de la explotación fue pues un acontecimiento típico de ese momento. Es explicable que entre principios del siglo y el censo de 1908 el crecimiento de la existencia de vacunos acusara un índice superior al de los años que mediaron entre este último y el de 1914, porque las circunstancias que hemos mencionado como determinantes actuaron de manera más decidida durante aquellos años. Ese crecimiento que alcanzó a unos 7,4 millones de cabezas se desarrolló preferentemente en las provincias de Buenos Aires y Corrientes y en menor proporción en Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos; el conjunto de todos ellos absorbe la casi totalidad del aumento de referencia y en términos generales puede expresarse que el mismo corre parejo con el proceso de mestización. Esta última comenzaba a imponer el empleo de campos preparados mediante la siembra de forrajeras y en ellas la capacidad de admisión es muy superior a la que admiten los prados naturales.
Por último, la cría del vacuno era impulsada por el aumento del consumo interno, que al amparo del crecimiento de la población que experimentaba el país en esa primera decena del siglo, llegaba a absorber hasta el 60% de la faena total. Si bien entre 1908 y 1914 se nota una disminución que es preciso atribuir, preferentemente, a la reducción sistemática del número de ejemplares criollos y en tal sentido esta reducción afecta más que a otras a las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Buenos Aires, el censo de 1914 halló al stock ganadero enriquecido con respecto al de 1895 en 4 millones de vacunos.
La segunda etapa de este proceso, cuyo aspecto cuantitativo consideramos, transcurre entre los censos de 1914 y 1922.La existencia ganadera aparece ahí incrementada en 11 millones de cabezas; la provincia de Buenos Aires aparece con un crecimiento de 6 millones y medio y con 1,5 cada una de las provincias de Santa Fe y Córdoba. Como quiera que las cifras del recuento de 1922 puedan parecer exageradas, y en realidad existen muchas dudas respecto a la exactitud con que fue efectuado ese relevamiento, lo exacto es que el conjunto de hechos que vinculan la existencia ganadera con la exportación, son favorables a un aumento de aquélla.
Desde luego la capacidad de transformación del país se había acrecentado con la incorporación de las unidades Armour de La Plata y River Plate de Zárate. En el mercado internacional, a causa de la dificultad para el transporte, el embarque de cereales se reducía y en cambio el de la carne era cada vez más reclamado. Entre 1914 y 1918, en efecto, el embarque de trigo se redujo desde tres millones de toneladas hasta 1; el de maíz desde 4,5 millones hasta poco más de medio millón; el de lino desde 1 millón hasta 100 mil y los de avena y cebada pasaron punto menos que inadvertidos en la estadística de exportación: en tanto que la exportación de carnes pasó desde 370 mil toneladas en 1914 hasta 680 millones, en 1918. Esta situación había decidido la reducción de la siembra de cereales y lino a que hemos hecho alusión y que expresa en forma categórica; porque aun cuando el precio de los cereales había subido sin excepción durante el conflicto bélico, lo que impedía su desenvolvimiento era una causa de fuerza incontrastable como la guerra submarina. Es lógico pues admitir que los referidos hechos económicos decidieron a los terratenientes argentinos a reducir la siembra de los cereales y a dedicar sus campos a la ganadería. Durante los años 1914 a 1922 la in-migración no solamente había censado, sino que se practicaba en vasta escala la emigración; la falta de brazos para atender las tareas agrícolas era pues otro motivo que se sumaba en el sentido de acordar preferencia a la ganadería que no los requiere en forma excesiva. Sin perjuicio pues que las cifras del recuento de 1922 puedan parecer exageradas, lo evidente es que entre 1914 y 1922 debió necesariamente producirse un aumento en la existencia de vacunos.

A partir de 1922 se inicia la tercera etapa de este proceso. enriquecimiento de cierta capa de campesinos que pudieron aprovechar los préstamos que acordaba el Banco Hipotecario Nacional por imposición de la ley 10.676 e invadir con ese recurso las regiones marginales que fueron incorporadas a la cultura cereal. El aumento de la inmigración que en esos años fue considerable, proveía de brazos a la agricultura y por extensión contribuía a reducir los jornales sensiblemente acrecentados durante el período anterior. Todo ese conjunto de circunstancias se hallaba impulsado por la demanda europea de cereales. La guerra había destruido los sembradíos y desde luego la estructura comercial de muchos países; los brazos se habían reducido de manera considerable y aún había salido de la circulación una masa productora y consumidora de la magnitud de la que luego se designó la Unión Soviética. La expansión de los cereales se realizó pues en detrimento de la ganadería; es decir numerosas explotaciones dedicadas antes de 1914 con preferencia a la agricultura, retornaban a ella.
La ganadería no se hallaba precisamente en baja no obstante la crisis de 1922/23, pero había entrado en un período de extremada especialización; los frigoríficos acordaron una preferencia decidida al “chilled” y aun cuando las cifras con que los establecimientos operaban, crecieron constantemente hasta el máximo de 1927, el tipo de animal que constituía la materia prima no era el que criaba el pequeño productor, el que en consecuencia abandonaba la ganadería y buscaba utilización a sus tierras en la agricultura. La diferencia que acusan los censos de 1922 y 1930 provienen pues de estos hechos.
Ella indica una reducción de poco más de 4 millones y medio de cabezas. La consideración de las cifras parciales que la integran induce a establecer que posiblemente la cifra de la existencia ganadera de 1922, de ser exacta, traduce una suerte de sofocación de la zona cerealera. Las reducciones ocurridas entre 1922 y 193 aluden a casi cuatro millones de cabezas en la provincia de Buenos Aires y un millón en cada una de las de Santa Fe y Córdoba; es decir 6 millones de cabezas de menos, entre las referidas provincias, mientras la reducción del país era inferior a 5. Entre esos años y a favor del crecimiento del área bajo cultivo, se produce un nuevo desplazamiento del ganado criollo hacia los territorios de Chaco y Formosa. Si se observa en efecto la cifra que a lo largo de los censos mencionados miden la existencia ganadera de las otras regiones exteriores a la del cereal, se puede observar que ellas actúan a manera de receptáculos o de reguladores de un cierto volumen de excedentes: cuando la existencia ganadera total aumenta hasta superar la capacidad normal de la zona litoral, parte del ganado, el menos fino, se vuelca sobre la exterior a su periferia. Así a medida que el proceso agrícola cubre la etapa que se inicia en 1922, las provincias de la zona afectada descargan sus campos y al final de ella aparecen excluidos en el número tan crecido de 5,7 millones de cabezas que aparece en el cuadro inserto en la página 51.La distribución del vacuno, de acuerdo a las cifras de 1930,conduce a acordar a la existencia de cabezas en cada provincia, estos valores relativos: Buenos Aires 36,2 %; Santa Fe 11,2; Entre Ríos 7,8; Corrientes 11,8; Córdoba 9,7; San Luis 2,2 y La Pampa 3,7; total 82,6 %. Estos valores relativos, y desde luego los términos absolutos que miden la tendencia ganadera de las diversas provincias, deben referirse a la calidad de los ganados; el 9,7 % que representan los vacunos de Córdoba tiene sin duda un valor mayor que los 11,8 % que miden relativamente los vacunos de Corrientes.