La transformación de los productos primarios, fabricación de harina, derivados de la leche, de vino y alcoholes, y algunos derivados del cuero y la madera, pudo realizarse sobre la base del mercado interior. Hemos expresado en cifras, a través de las diversas épocas que se suceden desde 1850, la importancia parcial de esta actividad. Ella no tenía, en general, más que el propósito de resolver necesidades de las clases más pobres, a menos que se refiriera a aquellos artículos de urgencia inmediata y de conservación precaria, como algunos alimenticios y diversas expresiones de la manufactura textil. Lo demás, vinos, muchas variedades de la alimentación, del vestido, del ornato, del mobiliario, etc., eran directamente importados, y aun cuando la industria extranjera supo adaptarse a las necesidades de las diversas clases sociales, la producción tiende siempre a introducir artículos de superior calidad que los de factura nacional. Esta circunstancia conspiraba por supuesto permanentemente en contra de la capacidad de producción local. Sin perjuicio de ser un hecho de ejecución todavía reciente, porque la ley que impuso grabar en las diversas mercancías la constancia que se trataba de productos nacionales es moderna, son muy conocidas las referencias que aluden a falsificaciones en dicha constatación. Dorfman. En su “Historia de la Industria”, refiere el caso de una fábrica de botones en la que se utilizaba la pezuña de los vacunos y a los que el comercio local imponía para adquirirlos, que grabara sobre ellos “Alta novedad de París”. Tal era el concepto vergonzante que suscita la producción doméstica.
Ese concepto pudo predominar durante todo el período en que el mercado interior tenía necesidades limitadas: pero a medida que este último se fue expandiendo v que la inmigración europea era retenida en las ciudades, va sea a causa de su oficio urbano, ya porque tuviera pocas oportunidades de adquirir tierras y permanecer en el campo, ya porque el proceso de formación del proletariado agrícola determinara que un número creciente de brazos holgara los meses del año no apropiados a la cosecha, el proceso de incorporación de los artesanos primero, de la manufactura luego, fue adquiriendo un relieve propio. Hemos expresado que acaso uno de los factores de la crisis que estalló en 1890 hiciera pie en el malestar que ocasiona entre los pequeños productores de las ciudades las extremadas ventajas que se acordaban en esa época al capital extranjero entrado bajo las formas de mercancías y de inversiones industriales. Lo evidente es que el desarrollo de la crisis del 90 estuvo directamente vinculado al proceso industrial; la incorporación de la considerable masa de población que entró al país entre 1880 y 1890, reclamaba un conjunto de bienes y servicios que la industria no podía proveer porque su desenvolvimiento había sido mucho más lento que el de aquellas exigencias. Lo prueban entre otras cosas, el hecho de que a partir de 1890 se concedieron numerosas ventajas arancelarias, protectoras en general, que permitieron o cesaron de oponerse al desarrollo industrial al que hemos hecho referencia y que se constata comparando las cifras de los censos de 1888 y 1895.
Tranquilizada la situación interna, las clases dirigentes que continuaron gobernando al país, pudieron cancelar esas ventajas y en efecto lo hicieron hacia fines de la decena última del siglo y lo ratificaron al realizar la conversión de 1899: pero el acontecimiento estaba en marcha y la nueva situación no le era sino altamente favorable. La primera decena de este siglo registró las más altas cifras de la inmigración, fenómeno correlativo de aquel otro, y de consiguiente el progreso industrial realizado siempre dentro de una línea medrosa y practicado bajo la forma de industria liviana. con preferencia de los rubros de alimentación y vestido, pudo llegar a los umbrales de la primera guerra acusando índices muy superiores a los de 1895. La materia prima que ella elaboraba provenía de los productos de la tierra que habiendo colmado el consumo interior buscaba ya decididamente el mercado externo. Las industrias agropecuarias se habían diferenciado suficientemente, escindido en un conjunto de industrias particulares, manteniendo su estrecha vinculación. El mercado interior crecía continuamente y se adapta de manera gradual a la existencia del gran establecimiento mecanizado y capaz de una vasta producción: lograría con ello abaratar el precio de esta última, mejorar sus procesos, enaltecer la calidad y entrar así en lucha con los productos similares del exterior.

Evolución de la capacidad manufacturera
Desde el comienzo del presente siglo, prosiguiendo en realidad un movimiento iniciado luego de la crisis de 1890, la instalación de los grandes establecimientos industriales constituye un hecho frecuente. Fábricas de bebidas, de productos lácteos, frigoríficos, algunos otros artículos de alimentación, quebrachales, compañías productoras de gas y de electricidad, talleres metalúrgicos, cristalerías, alternaban en las informaciones de la Bolsa de Comercio, con fábricas de papel, de alpargatas, de bolsas, de fósforos etc. Cifras que oscilan entre 1 y 10 millones de pesos son sumamente frecuentes dentro de la clasificación destinada a medir los capitales de inversión: y en lo que afecta al personal ocupado parcialmente en algunas de ellas, aún antes del censo de 1914, es posible localizar establecimientos que ocupan 400, 800 y hasta 1.500 obreros. En estas condiciones es explicable que las cifras del referido censo acuerden a los 40 mil establecimientos instalados en el país un capital de inversión de 1.700 millones y un personal de 365.000 obreros, cuya producción alcanzaba también a 1.700 millones de pesos. Si se recuerda que la Comisión del Censo de 1914 había clasificado entre industrias no fabriles algunas deducidas del grupo de manufactureras, por no considerarlas tales, como tambos, obrajes, canteras de piedra, etc.

