Considerando desde otro punto de vista lo referente al trabajo en las industrias agropecuarias, el de las industrias manufactureras lo consideraremos más adelante, se puede seguir el número de trabajadores imputados a ella a través de las cifras de los censos de 1908 y 1914, y aunque posterior en algunos años al límite que nos hemos impuesto, en el censo agropecuario de 1937.
El personal ocupado en las industrias agropecuarias en 1908 sumaba pues casi 2,3 millones; pero de ellos, solamente tenían ocupación permanente, 1,2 millones; 1.100.000 restantes componían el proletariado agrícola, absolutamente desarraigado, sin vinculación directa con medio alguno y que vendía su fuerza de trabajo donde los azares de la cosecha impulsan a ofrecer mejores jornales. Si bien el movimiento del personal accidental de la ganadería se polariza alrededor de dos núcleos, la zona de Buenos Aires, Santa Fe, Entre ríos, Corrientes y Córdoba y la de los territorios de la oveja, de Rio Negro al sur, y todos los anos concurre con aproximadamente igual asiduidad, el de la agricultura se puede dividir con dos núcleos de características diversas, el del cereal y el de los cultivos industriales. En la zona de aquél, el personal permanente era de 410.000 obreros y el accidental de 520.000. La proporción es de 44 y 56% respectivamente. A ella concurre la población extranjera que llega al país con ese propósito y regresa nuevamente al suyo. La población trabajadora de la zona de Mendoza, San Juan y Tucumán, se compone de 170.000 la permanente y 200 mil la transitoria. La proporción de ambas es aproximadamente igual a la anterior, pero su idiosincrasia es distinta. Los trabajadores que concurren a la zafra del azúcar y de la vida, son pobladores de las provincias limítrofes y empujados a aquella labor por la falta de perspectiva en la suya; las condiciones de desempeño de ambos eran por supuesto muy diversas. El desplazamiento de los campesinos pobres hacia zonas en que el mercado de trabajo se presenta favorable y que en definitiva contribuye a crear mercado interior, impulsaba a esta tarea en concordancia no tanto con su número, cuanto con el tipo de salario que correspondía de manera desigual a las dos zonas.
El decidido predominio de los familiares en el trabajo agropecuario induce a admitir que hacia 1914 el proceso del desarrollo del proletariado agrícola ganadero había experimentado un detenimiento. El censo no expresa, como lo hace el de 1937, cuántos son los empleados y peones fijos y cuántos los transitorios; de todos modos, en un caso u otro los dos son trabajadores a sueldo, es decir, integrantes del proletariado en la agricultura.
El porcentaje de familiares del propietario o arrendatario, no es uniforme en el país, pero tiene formas muy parecidas en las dos regiones a que hemos hecho mención. En Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y La Pampa, los familiares oscilan entre el 69% en la primera hasta el 79 % en Córdoba; en tanto que en Tucumán es el 52 % y en Mendoza el 53%. Esa diferencia autoriza a suponer que el desarrollo del proletariado está más avanzado en estas últimas provincias. Lo exacto es sin embargo que los porcentajes que corresponden a Mendoza y Tucumán son inferiores a los de las otras provincias, porque la gran propiedad bajo cultivo pertenece en ellas a grandes empresas y forma un todo único con las fábricas que transforman el producto de la cosecha: en la zona del cereal la permanencia del chacarero en su predio, ya sea como propietario o como arrendatario, es un hecho mucho más frecuente que en la zona de los cultivos industriales.

No obstante, el progreso experimentado por las áreas sembradas entre 1908 y 1914, el número de trabajadores se ha reducido; en aquella fecha eran 2,3 millones y en la última 2,126 millones. Ha ocurrido, no obstante, entre ellas un notable aumento de la mecanización. Las máquinas y enseres que se hallaban al servicio de la ganadería en 1908 fueron valuadas en 65 millones de pesos; las de 1914 en 195 millones. Los medios de movilidad, de provisión de agua, de operación mecánica de esquila, habían sido sumamente acrecentados, lo mismo que la extensión de alambrados, lo que en conjunto concurría a reducir la mano de obra. El capital invertido en maquinarias destinadas a la agricultura que en 1908 era de 120 millones, en 1914 era de 210 millones. La incorporación de maquinaria agrícola de vapor había experimentado también un notable crecimiento. Con ello no solamente propiciaba o facilitaba la evasión del campo, sino que contribuía de doble modo a urbanizar el país: mediante el traslado de los brazos innecesarios a la ciudad y a favor del funcionamiento de los talleres, herrerías, fábricas de repuestos, que imponía la existencia de tal número de máquinas. Puede advertirse la extensión de este movimiento recordando que en 1914 los arados pasaban de medio millón, los carros y carretas de 330 mil; los coches de 250 mil, y las desgranadoras, segadoras-atadoras, sembradoras y trilladoras se contaban respectivamente en número de 43 mil,25 mil,82 mil y 8 mil.
A falta de un censo intermedio, se puede recurrir a las indicaciones del de 1937. Será preciso tener presente que la crisis de 1929 y su proceso de liquidación había modificado la estructura social del campo; la rehabilitación, aun cuando transitoria, de la agricultura acuerda a ese censo un cierto carácter de continuidad en las normas anteriores a 1930: desde luego, considerarlo así significa pasar por alto los sucesos ocurridos entre 1930 y 1935.

