En cuanto atañe al crecimiento vegetativo realizado entre 1910 y 1929, se debe expresar qué parte del índice 2,06% y desciende de manera gradual hasta 1,68% en 1929, luego de haber pasado por los valores extremos 2,15, que ofreció en promedio el trienio 1912-14, y por el mínimo de 1,48 en 1919.

Si bien de los dos factores que determinan el crecimiento vegetativo, la natalidad había descendido considerablemente también lo había hecho la mortalidad. La primera acusaba un índice de 4,21 en 1900, de 3,83 en 1910 y mediante un descenso paulatino llegaba a 1930 con 2,95 %. Se sabe que el descenso de este índice fue un acontecimiento común a todos los países integrantes de la civilización occidental no solamente durante los años comprendidos entre 1900 y 1930, sino aun a lo largo de casi todo el siglo xix. Entre aquellos años, Francia había descendido desde el 1,96 % hasta 1,8 en 1930,luego de haber acusado índices explicablemente bajos en 1914/18; Estados Unidos partía a principios de este siglo del 2,99 % y en 1930 acusaba 1,89; v Alemania, cuya natalidad se expresaba por el índice 3,6 en 1910, en 1930 aquél era de 2,27. Pero si bien las curvas por las que se traduce la natalidad en los países mencionados son paralelas a las que traduce el mismo hecho en la Argentina, la de mortalidad desciende con análoga velocidad, habiéndose reducido entre 1900 y 1930, desde 1,84 hasta 1.28, en concordancia con fuertes y progresivas rebajas registradas en la mayoría de los países europeos, americanos del norte, australianos, etc.

El de la Argentina se ha producido y acentuado a medida que introducía a sus costumbres las mismas causas que produjeron análogo resultado en el resto del mundo. La aparición y empleo de la máquina y la adopción de un sistema de transporte rápido y barato ha ejercido en la Argentina, en la medida de su gradual incorporación. un efecto sumamente favorable a la preservación de la salud; por su parte la diversificación y ampliación de la dieta alimenticia y los progresos de la higiene y la elevación general del nivel de vida, han constituido sin duda los elementos sobre los que descansa la mayor extensión de la vida humana. Todo ello ha sido realizado, sin embargo, con excesiva cautela. La dieta alimenticia del argentino, no obstante la abundancia de trigo, de leche y de carne, que caracteriza la zona litoral, ha sido frecuentemente objetada dentro y fuera de ella a causa de su deficiente diversificación y de la pobreza de elementos indispensables para la conservación de la salud; no se trata por cierto de referencias acerca de la composición cualitativa y cuantitativa de la dieta de las llamadas provincias pobres y de otras como Santiago del Estero (que sin serlo ellas mismas sino sus habitantes, constituyen fuentes de enriquecimiento para los numerosos propietarios que no viven en ella),sino de la propia Capital Federal, en la cual según los Anuarios Estadísticos del Departamento Nacional del Trabajo elaborados entre 1913 y 1929, el número índice de los salarios cuya base correspondía al año últimamente mencionado, estuvo siempre debajo de esa base y aun debajo de su mitad, mientras el correspondiente al costo de la vida, fue inferior a la base durante los años de la guerra, pero en los demás superó a aquélla siempre y llegó aún a valer una vez y media. Concordantemente la jornada de trabajo, que en 1914 medía 53,6 horas por semana, luego de crecer hasta 55, durante los primeros años de la guerra comenzó a descender a partir de 1917 en que alcanzó a 54 horas; ese descenso fue practicado en forma tan absolutamente medrosa que en 1929 era todavía de 49,09 horas por semana. Se debe recordar, para proyectar estas causas sobre el panorama que ofrecía la salud del trabajador en la Argentina, que su desempeño como tal lo realizaba en locales desprovistos de los elementos indispensables y que su vivienda no reunía condiciones apropiadas al mantenimiento de la salud.

Por lo que se refiere a los locales de trabajo, se sabe que las industrias comenzaron a desarrollarse en la primera decena de este siglo de manera tan absolutamente brusca que fue preciso ubicar los locales destinados a su funcionamiento donde era posible hallar las mínimas condiciones dentro de las medidas necesarias. No aluden estas referencias a los establecimientos situados en el interior del país, que por supuesto ofrecían aun condiciones más inferiores, sino a los de la Capital Federal, su zona circundante y la ciudad de Rosario. Desde luego, en punto a su mecanización, la industria tal como pudo localizarla el censo de 1908 sólo acusaba 0,7 HP por obrero en el conjunto del país, si bien la de la Capital acusaba 0,88. El esfuerzo humano era en consecuencia predominante y él se realizaba en galpones construidos habitualmente en cinco y carentes de piso firme. La permanencia en ellos durante los rigores de ambas estaciones, sumados sus efectos al polvo y al ruido mal reprimido o no reprimido de ninguna manera, constituía un esfuerzo superior a la resistencia normal.

Las grandes construcciones para uso de la industria demoraron mucho más que para la vivienda privada o para los edificios públicos. Los capitales reducidos que se convertían por lo común en los establecimientos industriales, hacían que el capital constante estuviera representado por cifras pequeñas. Por lo demás la influencia del capital británico y por lo tanto su incidencia sobre la cultura técnica, si bien había conseguido desplazar a la madera, que caracterizaba a la época precedente, por el hierro, había resistido la incorporación del hormigón que pudo emplearse en la construcción recién posteriormente a la guerra de 1914, con motivo de la entrada del capital norteamericano afectado a la fabricación de cemento. Las construcciones metálicas preponderaron pues durante todo el período que media entre 1880, en que el país afrontó esa labor, hasta bastante entrada la decena de los 1920.