El doble proceso de concentración

Paralelamente al proceso de concentración dentro de un mismo establecimiento o de un conjunto de ellos, la industria ha ido creando diversos núcleos sobre el mapa del país. El del azúcar, el del vino, el de la zona norte y noreste, son algunas de sus realizaciones: ninguna de la magnitud de la del litoral, donde según hemos expresado, se reunía el 75% de la población del país. La proximidad se hallaba la materia prima necesaria y esencialmente porque de haberlo hecho en otro lugar habría debido disponer de un establecimiento fijo para el enfriado y de otro móvil para llevar el producto hasta la bodega del barco. El emplazamiento del frigorífico junto al agua, era pues una condición indispensable de su funcionamiento. El frigorífico realizaba hacia principios del siglo compras por valor de 200 millones de pesos; ellas se formalizaban en los respectivos establecimientos, lo cual imponía la existencia de un aparato comercial y bancario de dimensiones equivalentes al volumen de los negocios; en la misma ciudad se comercializaban los cueros, la lana y todos los subproductos derivados de la faena de bovinos y ovinos. La ubicación de un mercado de tal extensión debió necesariamente acentuar los efectos de una larga tradición y orientar o establecer de manera permanente las otras actividades, las derivadas de la centralización del comercio importador y de la exportación de cereales.

La ciudad de Buenos Aires era además el más vasto mercado de fuerza de trabajo. El hecho que la propia ley número 817 estableciera el arribo a sus muelles de los barcos que conducían a los inmigrantes, terminaba por fijar en ella el emplazamiento de todos los contratos referentes a su distribución en el país. El inmigrante no gozaba, por lo demás, sino de un plazo perentorio para utilizar el alojamiento oficial, que estaba situado solamente en Buenos Aires; al cabo de ese plazo, si no había aceptado su internación por medio del Gobierno Nacional o del de alguna de las provincias o de una empresa privada, quedaba librado a su suerte y ésta le aconsejaba por Ío común permanecer en la propia ciudad, donde al amparo de la densidad de su población y de la variedad de las actividades que ahí se realizaban, podía acordar finalidad a sus afanes.

El mayor volumen de la producción a la que el país había destinado sus esfuerzos tenía por objeto el envío al exterior. Los cereales y la carne en primer término, los cueros, la lana, el extracto de quebracho, se retenían con destino al mercado interior en proporciones muy reducidas. Principalmente el frigorífico, en su condición de implantación industrial de mayor relieve, debía necesariamente ubicar sus unidades sobre el costado oriental del país.

La industria y el comercio se concentran en el litoral, articulados por frigoríficos, puerto, inmigración y ferrocarriles, que organizan flujos de exportación e importación.

Esa concurrencia simultánea de animales destinados a los frigoríficos, de cereales para sus molinos y sus muelles de embarque, de lana para su mercado de colocación, de mano de obra, de mercancías de importación, que necesitaban almacenes y fraccionadores en vasta escala, decidieron la finalidad común de todas las líneas ferroviarias; es claro que a lo largo de su desarrollo se puede comprobar el fenómeno inverso, es decir que el trazado adoptado por las empresas inducía a ese conjunto de mercancías y de servicios a concurrir a la ciudad. Las empresas ferroviarias tenían un notorio predominio en el tráfico descendente; el de ganado era hacia 1914 de 5 millones de toneladas y el de productos agrícolas de 15 millones, o sea entre ambos el 60% de su tráfico; como además viajaban en el mismo sentido, el vino, el azúcar, la arena, piedra, cal y cemento y algunos centenares de miles de toneladas de otros productos, puede asegurarse que el 75 % del tráfico se realizaba en sentido descendente. Las empresas necesitaban enriquecer el tráfico ascendente, a fin de evitar el recorrido de vagones vacíos y el consiguiente desmedro del rendimiento financiero. La forma de obtenerlo era propiciar el envío en aquel sentido de la mayor cantidad de artículos manufacturados sobre los que el peso de la tarifa se ejerce de manera más enérgica; ello conduce a lograr un rendimiento financiero aceptable y proficuo, aun sin alcanzar los rendimientos mecánicos del viaje descendente. Los artículos manufacturados eran las mercancías importadas, cuya recepción total en Buenos Aires era posible obtener mediante el uso de diversos recursos; se sumaban a ellos los que la industria nacional podía fabricar. En cuanto dependía de factores privados, la centralización de la importación en Buenos Aires, se podía lograr dirigiendo las líneas navieras exclusivamente hacia ese puerto: las empresas importadoras y los bancos privados completar esa tarea en forma harto sencilla, y que consistía en centralizar a su vez la recepción y fraccionar desde los galpones aduaneros, de acuerdo a los diversos rumbos en que ella era solicitada. El empleo de los resortes oficiales no asumió una complicación mayor. La propia aduana de Buenos Aires, manteniendo el monopolio de su actividad cortaba de hecho toda posibilidad de importar por los demás puertos del país. La cuota de la importación destinada al consumo del interior del país, estaba pues asegurada al tráfico ferroviario.