El capital extranjero por su parte, había especializado al país en las industrias propias de la zona litoral, concretamente en las agropecuarias; no entra en los propósitos de ese capital cuando concurre a zonas poco desarrolladas, diversificar la producción. Es explicable pues que no deseara, en tanto las industrias del litoral acusaron alto rendimiento, realizar inversiones en las metalíferas del extremo oeste, cuyos productos podría obtener si acaso en condiciones superiores en otros sitios del globo. Los filones argentinos se hallan por lo demás impropiamente situados para la exportación: los más próximos harían recorrer a sus productos más de 1.000 km para alcanzar el más cercano de los puertos.
Su ubicación no es inapropiada para utilizarlos en el mercado interior, pero puede serlo para su empleo en las fábricas británicas, a menos que éstas deban necesariamente usarlos en razón de la carencia en otros lugares.

Además, la industria mundial ha comenzado a requerir diversos metales en épocas relativamente recientes. Antes de 1880, con excepción del hierro, el carbón, el plomo, el estaño y la plata, pocos metales más constituían los recursos de la fabricación. A medida que la industria progresaba en la fabricación de máquinas y de elementos constructivos, aumentaba el número y el volumen de los metales necesarios. Posteriormente a 1890 comenzó a fabricar el acero al níquel y al cromo; luego el manganeso y el tungsteno se combinaron al hierro para acordar al nuevo producto la resistencia necesaria a fin de absorber los esfuerzos de las grandes obras de puentes, de barcos, de aparatos de transporte, y de máquinas dotadas de grandes velocidades. Estas formidables transformaciones de la industria metalúrgica han ocurrido a saltos; entre 1880 y 1900, sucede uno de ellos, y posteriormente a la primera guerra mundial el más amplio de todos.
Concurrentemente, los capitales afectados a esas fabricaciones debieron volcarse sobre diversas regiones del mundo en demanda de las nuevas materias primas necesarias para los modernos productos de sus usinas. Es evidente que el acceso de esos capitales comienza por crear fricciones entre los lugares en que instala la captación de los metales, crea zonas de influencia y termina por aceptar o imponer amalgamas que constituyen monopolios. Una vez constituidos estos últimos, la producción en los más variados sitios del mundo obedece a otras sugestiones que a la abundancia del producto o a la conveniencia del país poseedor.

