Para atender a un consumo que varió entre 70 y 90 mil toneladas entre 1900 y 1930, equivalentes a un consumo unitario de 6 a 8 kg, el área plantada con yerba mate había logrado, en la última de las fechas mencionadas, proporcionar el 20 % del consumo: el déficit resultante era importado desde el Paraguay, en una magnitud del 8%, y desdé el Brasil, en una del 72%. Fue recién posteriormente a 1930 cuando las áreas bajo cultivo que se desarrollan en el norte de Corrientes y en el territorio de Misiones fueron impulsadas con notable energía.

Como consecuencia de esta norma política, si bien fue mantenida la cuota procedente del Paraguay, la brasileña experimentó una reducción equivalente al referido proceso de crecimiento experimentado por la producción nacional. En 1914, funcionaban en el país 61 establecimientos destinados a la molienda de yerba mate; representaban entonces un capital de 7,4 millones de pesos y su valor de producción ascendía a 22 millones. La materia prima de elaboración importaba 12,5 millones, pero solamente 2,5 millones eran de procedencia nacional. El emplazamiento de los molinos era el que sigue: S en la Capital Federal, 9 en Santa Fe, 13 en Misiones y I en Corrientes. 

Sin perjuicio de esa distribución, y siguiendo una norma inveterada que consiste en trasladar la materia prima hasta el lugar de consumo para someterla allí a las transformaciones necesarias, los 8 molinos de la Capital Federal, que representaban el 84% del capital invertido, producían el 54% del valor total; y los 9 de Santa Fe, que integraban el 51,5% del capital invertido, producían el 41,2% del valor total. Los establecimientos de Corrientes y Misiones elaboraban pues, no obstante, su inmediata proximidad al lugar de producción de la materia prima, el 4,8% del total.

En 1935, es decir a muy pocos años de iniciada la política proteccionista del cultivo de yerba mate, los molinos habían aumentado hasta 79 y el monto de los productos elaborados hasta 34,2 millones de pesos. La Capital continuaba ejerciendo su predominio al disponer de 28 molinos, cantidad igual que la de Misiones, pero en los cuales trabajaban 1.315 obreros que producían por valor de 20 millones, mientras en Misiones lo hacían 200 obreros y el valor de los productos elaborados era de 2,8 millones. El panorama que ofrecía esta industria no había hecho más que cambiar de escala, pues los 13 molinos de Santa Fe contribuyeron a la elaboración por valor de 10,6 millones.

No se penetraba en lo íntimo del proceso yerbatero considerando las cifras que preceden ni aun ampliadas con el resto de la información que proporciona el mismo censo. El sueldo medio que los molinos abonaban a su personal técnico y administrativo, que era de 300 pesos, y el que percibía el personal obrero, que era de 75 pesos mensuales, no da idea del régimen de trabajo a que se sometía a los cortadores de la materia prima. Los abusos de todo género que fue la norma de conducta habitual durante muchos años en esas plantaciones, configuraban un verdadero recinto de ignominia, en cuyo cometido la pasividad oficial no representaba al sector menos responsable. 

Los “echadores”, desde el instante en que firmaba su contrato con el propietario de la plantación cedían prácticamente todos sus derechos civiles y humanos: permanecían atados a él en tanto fuesen sus deudores, y lo eran indefinidamente porque el pago de sus salarios “en vales” y la imposición de servirse de la proveeduría de la plantación, única posibilidad de adquirir mercancías y de canjear los “vales”, se traducía por un perpetuo déficit. Fue necesaria una ley del Congreso, laboriosamente obtenida y permanentemente violada, para imponer el pago de los salarios en moneda nacional: pero ni esa medida desarraigó los vínculos esclavistas que unían el trabajador al patrón, ni fue posible prescindir de una tenaz y encarnizada lucha para intentar la destrucción de esos pequeños Estados, que disponían como tales, de los atributos característicos del mismo, la fuerza y el signo monetario; y que persistieron en todo el norte argentino bajo el aspecto de yerba tales, de ingenios azucareros, de quebrachales, etc.

El trabajo en los yerbatales se cumplía pues, bajo la apariencia de un trabajo asalariado; la dependencia del trabajador iba sin embargo mucho más allá de la que establece el sistema contractual que permite intercambiar la fuerza de trabajo y el salario.