Contrariamente a lo que ocurre en otros países, en la Argentina se hallan absolutamente superpuestas las plantaciones de cereales y lino y la ganadería destinada a la cría y engorde de ganado para carne, lana y cueros; si acaso la zona patagónica complementa la anterior en lo referente a la explotación del ovino. Según puede comprobarse por las cifras que en cada caso hemos incluido como traducción de las actividades mencionadas, todas ellas se realizan en la provincia de Buenos Aires; observando los gráficos que los textos comunes dedican a la descripción de las zonas en que se practica alguna de esas actividades, se puede adquirir la convicción que la fracción que corresponde de ellas a la provincias limítrofes no mide más que los desbordes que la plétora de actividades acumuladas en Buenos Aires ha realizado sobre las otras provincias.
La de Buenos Aires ha ejecutado la más extraordinaria síntesis en materia agrícola ganadera; reunía en sus llanuras en la época en que el ovino reclamaba la mayor atención hasta el 71%de la total existencia en el país; a medida que el vacuno reemplazó a aquél en las preferencias del frigorífico y que estas preferencias impusieron acordar la debida importancia a la agricultura, comenzó a desprenderse de los ovinos, los transfirió a otras regiones y destinó sus campos a la cría del vacuno ya la producción de cereales. En 1895 Buenos Aires tenía mucho menos trigo que Santa Fe y poco más que Entre Ríos y Córdoba; en 1908 había superado extensamente a Santa Fe y Córdoba; lo propio ocurría con las plantaciones de maíz y las forrajeras. Tanto en la cría del ganado como en el desarrollo de las áreas agrícolas las provincias limítrofes funcionaban a manera dé colonias de Buenos Aires; las abundancias de tierras libres atraían hacia ellas el exceso de ganado y facilitaban la invasión de los sembradíos que tenían origen en Buenos Aires.
El desarrollo de las actividades agropecuarias con un propósito mercantil fue posible en base a la relación económica que ligaba a dichas provincias con Buenos Aires y con los países europeos importadores de trigo y de carne. El desarrollo de la industria fue aún posible en Buenos Aires a causa de esta vinculación que creaba mercado recíproco. Las distintas regiones enviaban a Buenos Aires maderas, combustibles, artículos de construcción y alimenticios (frutas, azúcar, vinos, etc.) a cambio de los productos propios o fabricados por aquella. Esta división social del trabajo permitió que los trabajadores instalados en esas regiones pudieran entregarse íntegramente a sus tareas y vender grandes cantidades de tanino, de azúcar, de algodón, de frutas diversas, de petróleo, de cal, etc., a los mercados interiores y especialmente al mercado exterior. Se sabe, por ejemplo, que la zona vinícola de Cuyo en 1929 era un comprador de carne tipo frigorífico al litoral de mayor volumen que Italia, Bélgica, Francia, Holanda y Alemania juntos; la zona de Cuyo fue durante los años posteriores al mencionado, luego de Gran Bretaña, el mejor mercado para las carnes de la zona oriental del país. Mediante esa vinculación pudo realizarse el desarrollo económico de aquellas regiones; y si ese desenvolvimiento adoleció de una lentitud y una parcialidad harto notoria se debe precisamente a que Buenos Aires frenaba en ellas el desarrollo del capitalismo. Buenos Aires carecía de la independencia necesaria para impulsar profundamente y propiciar la expansión del mercado interior en las provincias. Los compromisos que mantenía con el mercado externo le imponían reducir la capacidad de transformación que debía ser una consecuencia necesaria de la producción de materia prima. Estas colonias se han desenvuelto pues de manera desigual; las que lo han hecho con mayor autonomía constituyen un ejemplo de las relaciones que pudieron y debieron establecerse en su oportunidad a fin de neutralizar dicha acción.
La economía lechera insiste en las características señaladas. Ella realiza una nueva etapa en el proceso de especialización de las industrias agropecuarias que tiende a separar unas de otras las diferentes ramas originando el cambio entre sus productos. El asiento de esta relativamente nueva actividad, es la zona limítrofe de la capital federal en un radio de acaso 150km y la próxima a Rosario en una extensión algo menor. En los censos de 1908, 1914 y 1930, es posible individualizar el número de vacas lecheras que poseía el país en esas épocas.
Los comienzos de la industria lechera no se prolongan más allá de 1880. Entonces la zona lechera se circunscribe a los partidos limítrofes de la Capital Federal, y aún se desarrollaba dentro de la propia capital. Eran innumerables los tambos que bastante entrado el presente siglo existían en la ciudad de Buenos Aires y practicaban el reparto de su producto de doble manera: ya sea trasladando hasta los lugares de consumo al propio animal, ya practicando el ordeñe en el tambo y distribuyendo la leche por los medios más antihigiénicos y pintorescos. Hacia 1890, con motivo de la fundación de diversos establecimientos industrializadores ubicados en los partidos de Merlo, Marcos Paz, Chascomús, Monte Grande, etc., y merced al desarrollo de los ferrocarriles que permitieron el fácil y seguro arribo diario del producto, los tambos fueron pues gradualmente desalojados de la ciudad y la industria lechera comenzó a desarrollarse dentro de características apropiadas. La introducción de las máquinas Laval y la instalación de fábricas de queso y manteca, datan en efecto de la decena de los 1890.En 1891 ocurrió la fundación de la primera de ellas, la Delicia, fundada en Florencio Varela; le siguió el establecimiento La Martona y posteriormente La Escandinava, la Unión Guanarense, La Tandilera, etc. A partir de 1900 el progreso de esta industria se acentuó merced a la instalación de nuevas fábricas.

El mercado de consumo interno le era gradualmente favorable; su zona se desarrollaba dentro de toda la región agrícola ganadera y alcanzaba hasta sus propios límites; en ciertas especialidades lo excede aún, como en el caso de la industria de Tafí en Tucumán, de Goya en Corrientes, y del Valle del río Chubut. Cubierto el mercado interno, la exportación de quesos pudo iniciarse en 1900 con una pequeña partida inferior a mil kilogramos; dentro de un desarrollo dificultoso, ella ascendió bruscamente con motivo de la guerra mundial logrando en su transcurso mantenerla en unos 10 millones de kilogramos, cantidad que terminada la contienda fue reducida hasta cifras vecinas del medio millón en que se mantenía hacia 1929. Los otros derivados de la leche, la manteca y la caseína, conquistaron el mercado exterior con un tono de mayor firmeza. Comenzadas ambas en 1903, por ascensos graduales llegaron a mera, y de casi la misma cantidad la caseína.
La instalación de fábricas destinadas a la producción de las referidas mercancías fue elegida en proximidad del mercado interior de consumo y desde luego en concordancia con la más dilatada tradición; porque la influencia de la fabricación del queso y de la manteca no se reduce a los establecimientos que la realizan, ya que ellos adquieren la casi totalidad de la leche a los pequeños y medianos chacareros de la zona en que se desenvuelven. Son en general los chacareros los que han mejorado las haciendas y ampliado los recursos de las chacras con un cierto número de lecheras. Las empresas adquieren el producto así obtenido y luego de desarmarlo lo remiten por ferrocarril a los grandes centros de consumo. Los grandes establecimientos actúan pues a manera de elevadores de campaña en la economía cerealista. Los elevadores como los grandes receptores de leche, seleccionan los productos primarios que manejan transformándolos en un producto genérico, no individual, es decir adaptado al cambio. Ambos acuerdan un impulso vigoroso a la producción mercantil propendiendo al progreso técnico e implantando el precio apropiado a la calidad.
El crecimiento del tamaño de la fábrica y la acción combinada de los ferrocarriles al amparo de un perfeccionamiento muy acentuado de los medios de transporte de la leche, han contribuido a que la zona propia de la economía lechera fuese restringiéndose, centralizando sus actividades al tiempo que diversificar y ampliar el elenco de sus productos. Éstos podían obtenerse cada vez en mayor proporción a causa del refinamiento introducido en las lecheras y que hacía que en 1930 pudieran registrarse casi 750 mil de las razas Holanda, Jersey, Normanda, Friburguesa, etc. Esta industria que había nacido hacia 1890, ante la necesidad de buscar utilización a los rodeos, entonces numerosos, pero de rendimiento precario a causa de la decadencia de los saladeros, y de lo prematuro de la acción de los frigoríficos, hallaba en la integración con la agricultura sus mejores posibilidades. El desarrollo de las áreas sembradas con avena y cebada fue una consecuencia inmediata, aunque parcial de la necesidad de mejorar la alimentación de las lecheras.
La industria lechera, como en general los demás rubros de la ganadería mercantil han contribuido pues a la creación del mercado interior. En primer término, el mercado interior fue abierto para la producción de medios de producción, aparatos para la transformación de leche, para el transporte, para los edificios, etc. y en segundo término para la fuerza de trabajo. La ganadería considerada como una industria productora de un tipo definido de carne, de cuero, de lana, de leche, requiere más obreros que la ganadería nómada; y esos obreros que gozan de un nivel de vida superior al de sus antecesores, impulsaron a ampliar el mercado interior aún no considerando la influencia que la ganadería mercantil ejerció sobre el crecimiento de la población industrial; es decir, el que mediante la provisión de toda esa materia prima facilitó el desenvolvimiento de las industrias de la alimentación, del cuero, del tejido, etc.