Sus condiciones de desarrollo.
El proceso de industrialización seguido por el país posteriormente a la comprobación que implica el censo de 1895, fue decididamente enérgico. En el mismo se debe reconocer la existencia de tres etapas bien definidas; ellas son, la que media entre ambos censos, es decir entre 1895 y 1914; la segunda, tiene lugar durante el desarrollo de la primera guerra mundial y se extiende hasta 1920; la última ocurre durante la tercera decena de este siglo; sus consecuencias pueden medirse con alguna aproximación mediante el censo de 1935, no obstante que entre el año final de aquella década y la fecha del censo ocurre un acontecimiento de tan extraordinaria dimensión y de tan fuerte incidencia sobre ese proceso, como la crisis iniciada en 1929 y cuyo punto máximo se presentó en el país hacia 1933. El proceso industrial en la Argentina presentaba todavía en 1895 un predominio de la manufactura, es decir de la cooperación fundada en la división del trabajo. Los pequeños artesanos que iniciaron desde treinta años antes de esa fecha la fundación de talleres destinados a proveer a la población de artículos esenciales de alimentación, vestido, muebles, artísticos y de ornato, etc., que podían resistir en razón de su extremada urgencia y de su limitada conservación a los artículos similares de producción europea, habían progresado suficientemente para incorporar a su funcionamiento un conjunto de obreros, por cuyo intermedio fue gradualmente implantando la división del trabajo; con su desarrollo la cooperación capitalista se transforma en la manufactura capitalista.
La manufactura desempeña un papel de gran trascendencia en el desenvolvimiento de las formas capitalistas de la industria: constituye el mecanismo de vinculación entre el artesanado y la pequeña producción mercantil con la gran industria mecanizada. La manufactura continúa, sin embargo, manteniendo su disposición original que es la técnica manual y a esa circunstancia se debe que no pueda desplazar totalmente a los pequeños talleres. Era preciso la aparición del gran mercado, de las grandes empresas, tal como se presentan en la tercera etapa del proceso industrial argentino: la que ocurre a partir de 1920 realiza una modificación sustancial de los métodos de fabricación: ella prepara para la transformación que precipita y se desarrollará durante el desenvolvimiento de la crisis. El pasaje de la manufactura a la fábrica, que comienza a realizarse decididamente con posterioridad a aquélla, implica una profunda revolución en la técnica y en la economía de la producción: ella modifica de manera inexorable las costumbres, reforma conceptos, separa a los diversos factores de la producción y acentúa la divergencia fundamental que ocurre entre el carácter social del trabajo y el régimen legal de su consecuencia, la producción.
El desarrollo industrial de la Argentina se ha realizado superando trabajosamente innumerables factores adversos. Oportunamente aludimos a los que constituyen su base física, combustibles, mano de obra, materias primas, medios de transporte y mercado: nos referimos por ahora, a hechos independientes del fenómeno mismo, pero provistos de una influencia negativa muy notoria.

Corresponde alinear en primer término un concepto tradicional, un modo de ser heredado de la colonia y del cual no ha sido fácil, ni desde luego posible hasta ahora, desarraigar del todo. Nos referimos a la influencia que a la distancia ejerce aun aquel punto de vista que se traduce en las Leyes de Indias, por la calificación de “gente menuda” a los trabajadores manuales y de “bajos y viles” los oficios que ellos desempeñaban. Al “caballero”, que constituía el vehículo de las costumbres y conceptos introducidos desde la metrópoli, le estaba vedado realizar otras actividades que las guerreras: durante los breves intervalos de paz. podía entretener sus socios en juegos y otros pasatiempos igualmente intrascendentes, pero en nada que significase empeñar su esfuerzo en un trabajo manual. Como el “caballero” poseía por lo común grandes extensiones de tierra concedida conjuntamente con todo lo que existía dentro, podía dignificar su existencia en la explotación de sus bienes descargando sobre sus vasallos todo el esfuerzo que ella requería.
La posesión de la tierra empalmó entre nosotros rápidamente con la realización de las vaquerías, con el aquerenciamiento de las haciendas sustraídas al común, y en definitiva con la estancia. Terrateniente y estanciero pasan, pues, a ser términos homólogos y por extensión los conceptos y virtudes del primero continuaron por mucho tiempo caracterizando también al segundo. Por rara coincidencia, el estanciero debía concretar el producto de sus esfuerzos en el comercio exterior, a causa de la reducida capacidad de absorción del mercado interno. Todo el desarrollo de la industria pecuaria en sus diversos y variados aspectos no es otra cosa que una historia vívida de las exigencias y necesidades del exterior.
La estructura económico social del país se asentaba pues sobre su riqueza ganadera y sobre los beneficios que ella producía; la aglutinación de los terratenientes ganaderos en una clase social, que disponía de los recursos propios de clase dirigente, era en consecuencia, un hecho derivado de manera rigurosa de los medios técnico económicos con que contaba el país. Pero si bien el comercio exterior ofrecía los alicientes de una permanente adquisición de la producción nacional, tenía sus exigencias que marchaban en sentido contrario: es decir, compraba cueros, lana y carne, pero necesitaba vender artículos manufacturados y sobre estas líneas simples que estructuran las relaciones comerciales entre la Argentina y el mundo, pudo hacer pie y desarrollarse aquel punto de vista que colocaba al trabajador manual, al artesano, al industrial, en una situación desventajosa en el concepto social. Como antes el caballero; ahora el estanciero no podía aceptar responsabilidades extrañas a la producción de aquellos artículos fundamentales; él no podía más que producir novillos, y venderlos, a menos de renunciar a su rango social. El trabajo continuaba pues siendo propio de “gente menuda” y lo natural es que semejante dimensión de gente solamente produjera artículos destinados a su exclusivo consumo.

