La población rural, es decir, la que vive en pueblos y ciudades de menos de mil habitantes, que en 1895 era de 2,3 millones de habitantes, pasaba en 1914 a 3,3 millones; y la urbana, que en aquella fecha era de 1,66 millones, llegaba en 1914 a 4.57 millones. Posteriormente no ha sido posible establecer en qué proporción han variado ambos sino por cálculos cuya aproximación tampoco es posible fijar. El ingeniero Alejandro Este proceso de urbanización no se ha realizado como se debe suponer, de manera uniforme ni en el tiempo ni en el espacio. Desde luego se puede observar que sin perjuicio de los factores de carácter general que lo condicionan, el éxodo rural que es su réplica o su contraparte, depende tanto de las condiciones económicas en que se desenvuelve el trabajo rural como de las formas que lo concretan, es decir; del lleno proceso de mecanización, del aislamiento en que se desenvuelve el poblador, de la falta de elementos educativos y de sanidad, y de las formas azarosas que los contratos de arrendamientos acuerdan a su desempeño.
En las cifras del cuadro precedente, se nota claramente que si bien iniciada la urbanización en 1869, su período de mayor velocidad relativa ocurre entre 1895 y 1914; durante esos años el acrecentamiento de la población rural había pasado ya por su máximo que ocurrió en el período anterior; el de la población urbana adquiere un dinamismo que la eleva desde 1,66 millones hasta 4,57 millones. Si bien ese aumento de 3 millones de habitantes se mantuvo hasta 1980, es lógico suponerlo ampliado a partir de ese año que es cuando el proceso de urbanización entró en su fase decisiva. Según los cálculos del ingeniero Bunge las cifras relativas correspondientes a 1938 eran el 26 % la población rural y el 74 la urbana; ellas corresponden en cifras absolutas a 3,3 millones la primera y 9,44 la segunda. Es decir, que la población rural de 19SS según esos cálculos era igual a la de 1914.
En cuanto afecta las diversas regiones del país se debe expresar que hasta 1930 han acrecentado su población urbana, superando a la rural las provincias del cereal, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos; las dos del sector oeste, Mendoza y San Juan; y la de Tucumán. La población del resto del país, continuaba siendo predominantemente rural. Aun cuando las cifras que miden estos acontecimientos provengan del cálculo y no de la observación, ellas han sido confirmadas por el censo escolar de 1943 y desde luego por el censo nacional de 1947: las cifras correspondientes a estos dos últimos relevamientos hallaron al movimiento de urbanización en una etapa muy evolucionada; ellos permiten afirmar que el referido pro ceso se realiza preferentemente en favor de las zonas cuyo desarrollo económico es más elevado. En estas zonas el paulatino encarecimiento del valor de la tierra ha ido reduciendo el número de propietarios en la medida en que lo hemos expresado anteriormente; es lógico admitir que ese proceso se ha realizado en profundidad con velocidad mayor a medida que se descendía en el bienestar de las diversas capas de campesinos, de manera que, en las últimas, el pasaje de ellos al trabajo asalariado ha sido más rápido que en los demás. En las capas de campesinos medios ha podido mantenerse el nivel económico que los caracteriza en base al trabajo familiar; cuando éste escaseaba, a causa de una o varias sequías o por descenso de los precios, las familiares del campesino medio pasaban a engrosar las capas de los trabajadores asalariados, al principio en los campos vecinos, y finalmente en los pueblos y ciudades próximas. Iniciado este movimiento cualquier causa podría acelerarse, ya sea la posibilidad de acercarse a la ciudad, como por ejemplo por medio del camino, que facilitaba en forma permanente el acceso de los vehículos; la radiotelefonía, que traía frecuentemente los ecos de la ciudad, y desde luego la necesidad de hallar trabajo remunerativo.

Este movimiento es sin duda universal y viene realizándose en determinadas regiones de Europa desde el comienzo de la revolución industrial. En la Argentina comenzó de manera notoria a partir de 1895, es decir, en concordancia con el desarrollo de la agricultura, y de su vehículo, el ferrocarril. En las estaciones terminales de la línea troncal, se producía mientras lo eran, una polarización de actividades referentes al intercambio ya la propia construcción de la vía; quedaban ahí, aun cuando se transformará en una estación de tránsito, un núcleo tanto más denso cuanto mayor era la riqueza de la zona de influencia de las estaciones. Durante el período de mayor expansión del ferrocarril, es decir, el que media entre principios del siglo y la guerra de 1914, el proceso de urbanización pudo pues lograr una dimensión extraordinaria al amparo de las líneas principales y de los numerosos ramales con que cada empresa defendía su tráfico y afianzaba su zona de influencia. Cada cruce ferroviario, cada empalme, cada estación dotada de galpones para la recepción de cereales, era un núcleo al que la frecuente llegada de carretas convertía pronto en un pueblo y en una ciudad; la “fonda”, primero, el “almacén de ramos generales” luego, y la herrería y el taller de reparaciones de aperos y carretas, era la iniciación de una futura ciudad, y a ella concurren desde luego los inmigrantes sin tierra y por último los chacareros proletarizados. En la misma medida en que el proceso de evasión del campo cobraba densidad, estos pueblos y pequeñas ciudades se hallaban prontamente saturados de mano de obra; pero el ferrocarril ponía al alcance fácil de ciudades más favorecidas y entonces el movimiento continuaba y se detenía allí donde podían hallarse ciertas condiciones de estabilidad.

